Basada en la novela homónima de Scott McPherson, la película gira entorno a dos hermanas (Lee y su hermana mayor, Bessie). Ambas han seguido caminos muy distintos desde hace veinte años a raíz de la enfermedad de su padre (Marvin), inmovilizado en cama después de sufrir una embolia.
La hermana pequeña, Lee, que se marchó a Ohio con su esposo, está divorciada y apenas sabe tratar a sus dos hijos: Charlie y su hijo mayor, Hank, internado en un psiquiátrico por pirómano. En cambio, la hermana mayor, Bessie, ha permanecido toda su vida en el hogar familiar de Florida para cuidar con cariño y dedicación a su padre.
Un buen día, en una revisión rutinaria, detectan a Bessie una leucemia y, tras 20 años sin contacto alguno, Bessie recurre a su hermana, ya que su única esperanza de curación pasa por el trasplante de médula de un pariente próximo.
Su hermana pequeña, Lee, saca a su hijo Hank del psiquiátrico y regresan a Florida para someterse a las pruebas médicas para el trasplante de médula ósea.
Desgraciadamente, el médico revela que las pruebas a los sobrinos han dado negativo y que, por lo tanto, no podrán trasplantarte médula ósea, así que Bessie tendrá que seguir con el tratamiento de quimioterapia. Finalmente, Lee y sus hijos deciden quedarse a vivir para siempre con su tía y su abuelo, y las hermanas, que llevaban años sin hablarse, se dan cuenta del tiempo perdido y vuelven a llevarse bien.
En definitiva, la película “La habitación de Marvin” nos enseña a acompañar en el sufrimiento, especialmente cuando Bessie cuida de su padre y renuncia a su propia familia y a su realización personal. También nos enseña a dar y recibir, especialmente cuando Bessie es diagnosticada de una leucemia y tiene que pedir ayuda a su hermana Lee.
Cabe destacar que la película fue considerada la mejor película del año 1997 en el Festival de Moscú.