Película basada en el libro del Dr. Edward Rosenbaum, quien en 1988 publicó “A taste of my own medicine”. La película tiene como protagonista principal a Jack McKee, un brillante cirujano cuya vida va viento en popa. Una carrera en Medicina, próspera y llena de éxitos, le ha proporcionado una vida francamente agradable: gana mucho dinero, vive en una lujosa casa y tiene una estupenda familia. A pesar de ser muy conocido en el hospital, se trata de un médico convencido de la necesidad de distanciarse emocionalmente de los pacientes.
Pese a todo, un buen día, le es diagnosticado un tumor que no responde a la radioterapia y que tiene que extirparse quirúrgicamente, con el riesgo de perder la voz. Jack es ahora quien padece las desagradables consecuencias de la burocracia, la distancia y la frialdad de los médicos que él tanto defendía.
De este modo, Jack se convierte en un paciente ordinario de su propio hospital y, por primera vez en su vida, se ve obligado a sentir lo que sienten todos los enfermos y a confiar a ciegas en un sistema médico que ni es infalible, ni resulta agradable. En consecuencia, se tendrá que enfrentar a la burocracia, los reconocimientos humillantes, los imponentes aparatos y las abarrotadas y desesperantes salas de espera.
Es así que, un día, mientras está en radioterapia, conoce a una joven paciente (June) que sufre un tumor cerebral incurable y que, en cambio, mantiene una actitud vital muy diferente a la suya. La fortaleza y espíritu poco comunes de June, se convierten para Jack en un catalizador de su propia recuperación, haciéndole reflexionar hasta comprender que un médico debe conocer el corazón de sus pacientes. Cuando, finalmente, Jack se recupera, obliga a todo su equipo a cambiar la manera de tratar a los enfermos.
Más allá de plantear la importancia de vivir en el presente y teniendo en cuenta a los otros, la película cuestiona la deshumanización actual del sistema sanitario y pone de manifiesto la importancia de los sentimientos en la relación médico-paciente.