“No podemos volver a dormirnos y pensar que las cosas están resueltas ahora. Por el contrario, eso debería hacernos todavía más comprometidos a seguir presionando aún más. Los cambios solo sucederán si seguimos siendo muy muy molestos y repetimos estas cosas una y otra vez”. Esa contundente frase pertenece a la más reciente entrevista de Greta Thunberg, concedida a la prestigiosa revista que la nombró persona del año en 2019 por su lucha contra el cambio climático, la estadounidense Time. Mientras asiste a la escuela de forma virtual, la activista sigue a través de las redes sociales requiriendo un cambio estructural inmediato para salvar al planeta de la catástrofe ambiental. Su trayectoria como líder de las nuevas generaciones a las que le da voz es impecable con tan solo 17 años, pero ¿tienen los jóvenes ecologistas conciencia de la contaminación de un entierro?
Desde que su figura se popularizó en 2018 al participar en una huelga escolar por el clima en los alrededores del Parlamento sueco, millones de personas en todo el mundo se han unido al movimiento Fridays For The Future (FFF). El año pasado Thunberg tampoco paró. Cruzó el Atlántico en barco para dar un discurso en la sede de la ONU en Nueva York, defendió los derechos de los indígenas en la cumbre del clima en Madrid y se reunió con líderes mundiales en el Foro Económico Mundial en Davos.
Una lucha que sigue, pese al Covid-19
A causa de la pandemia ha tenido que limitar su activismo al formato remoto, si bien ni ella ni los ecologistas que la siguen han frenado su lucha. De hecho, en noviembre más de 350 jóvenes celebraron su propia cumbre climática virtual, Mock COP 16, volviendo a subrayar el mensaje de que la crisis climática sigue estando ahí sin resolver.
La fuerza que han tomado FFF y Greta Thunberg en tan pocos meses es un síntoma claro de que algo ha cambiado en las nuevas generaciones respecto a la conciencia ecologista. Así pues, el movimiento verde ya no tiene nada que ver con aquella primera ola del ecologismo contemporáneo de los 60, a la que se puede tachar casi de contracultural por la escasa aceptación entre la sociedad en general, que miraba con desdén a un colectivo de activistas más bien escaso.
Afortunadamente, con el desarrollo de los sistemas democráticos y el progreso de las libertades civiles, las organizaciones ecologistas lo han ido haciendo fuerte tanto a nivel internacional como nacional y local.
No se mueven, por tanto, al margen de la sociedad. La regeneración de los recursos naturales, la preservación del medioambiente y la demanda de reducir la contaminación y mejorar la vida urbana son exigencias de la ciudadanía hacia las empresas y las instituciones, pero no han llegado a penetrar en ella por generación espontánea. Es un proceso de muchas décadas en las que se ha ido incorporando el ecologismo como una filosofía de vida, hasta el punto de que los jóvenes de la generación Z no conciben otra cosa que comprometerse con el planeta, y como tal asumen su responsabilidad.
Comprometidos con casi todo
Gestos como el reciclaje, el ahorro de recursos y de energía, prescindir de recipientes de usar y tirar, etc., todo eso forma parte de su rutina, incluso sin haberla aprendido necesariamente de sus padres. De modo que lo mismo cierran un grifo para no malgastar agua cuando se lavan los dientes, que se manifiestan contra el cambio climático.
En este sentido, en los últimos años la ética ecológica ha llegado también a la industria funeraria, sin embargo los jóvenes no tienen conciencia de la contaminación de un entierro, ni está entre sus prioridades. Eso sí, seguramente más por desconocimiento que por desinterés. Tampoco se los puede culpar, puesto que por regla general el 90% de la sociedad desconoce hasta qué punto contamina la muerte.
Es cierto que desde hace cinco años han surgido alternativas más sostenibles a los entierros y a las incineraciones tradicionales, como los féretros de cartón reciclado, las urnas biodegradables o los bosques del recuerdo. No son buenas intenciones, es una realidad tangible a la que cualquier puede acceder fácilmente si lo desea. Desde 2013 DKV ofrece un servicio de decesos ecológico y certificado, el Ecofuneral, que asegura a quien lo contrate que su muerte dejará la menor huella ecológica posible en la Tierra. Además, una ley de 2002 obliga a evaluar el impacto ambiental de los hornos crematorios.
No obstante, en la práctica, en proporción estas opciones son todavía anecdóticas si se comparan con todos los millones de servicios funerarios que se registran en España y en el mundo anualmente. Ni los jóvenes ni los no tan jóvenes tienen todavía conciencia de la contaminación de un entierro convencional. La tradición pesa, y cambiar de mentalidad supone un proceso lento que requiere tiempo. Pero igual que el ecologismo se ha incorporado a todas las parcelas de la vida, tarde o temprano conseguirá ganar su espacio en la muerte.