¿Cuáles son los materiales más contaminantes en un funeral?

El sector funerario deja una importante huella ecológica. Tanto en las inhumaciones como en las cremaciones, aún queda mucho por hacer para intentar disminuir el impacto de estas actividades en el medioambiente. Afortunadamente, cada vez más personas y empresas buscan alternativas a los materiales más contaminantes en un funeral.

Parece que poco a poco las sociedades van ganando conciencia ecológica. Paralelamente, las administraciones han dado prioridad en sus agendas al desarrollo sostenible, no solo de boquilla, sino también implementando medidas y objetivos: desde la Convención Marco de la ONU sobre el cambio climático (UNFCCC), celebrada en 1994, los organismos se han sumado al esfuerzo de otros agentes para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en aras de frenar problemas de la envergadura del cambio climático y el calentamiento global. El sector funerario ha tardado en sumarse a estas medidas. Sin embargo, cada vez son más las empresas y aseguradoras que buscan reducir los materiales más contaminantes en un funeral, además de tomar conciencia de la necesidad de disminuir considerablemente los GEI.

En este sentido, en España se calculan al año unas 150.000 cremaciones y más de 260.000 inhumaciones. Aún así, todavía las cifras sobre la huella ecológica que dejan son bastante inciertas. Apenas existen unos datos recogidos en el Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero, elaborado por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. 

Desgranando los dos métodos funerarios que se llevan a cabo en los países occidentales, es decir, la inhumación y la cremación, se deduce que cada uno afecta al medioambiente de una manera distinta. Ahora bien, ambos tienen impacto.

Cementerio

Riesgo ambiental de un cementerio

En España existen 17.682 cementerios. Lo que supone que hay el doble de camposantos que de municipios (8.131 según el INE). Si bien muchos fueron diseñados como zonas ajardinadas, en la inhumación de personas fallecidas, tratadas normalmente con productos tanatoprácticos, los productos y materiales más contaminantes en un funeral se acaban liberando al entorno. 

Lamentablemente el entierro clásico requiere del uso excesivo de recursos, muchos de ellos con una enorme huella de carbono como los mármoles, el hormigón, los féretros y ataúdes.Además estos últimos suelen contener productos tóxicos para su ornamentación. 

Grosso modo, los efectos sobre el medio ambiente equivalen a los de un vertedero de material orgánico, es decir, un gran riesgo de esparcirse en el suelo y acuíferos. Por todo ello, algunos expertos advierten de que la huella ecológica de este método funerario es mayor incluso a la que produce la cremación. Y es que, además de la falta de espacio en los cementerios, los materiales con los que están hechos los recipientes que acompañan en el descanso eterno, suponen un grandísimo problema para el medioambiente.  

Así, las mortajas se fabrican con derivados de petróleo, un componente que se conserva mejor ante los jugos que desprende el cadáver a medida que se descompone. 

En cuanto al féretro, se suele optar por maderas nobles. Esto significa la tala de árboles, aunque la certificación de Gestión Forestal (FSC) vela para que no provengan de bosques. A esto se le añade el que es, sin duda, el principal impacto ecológico de las inhumaciones. Los ataúdes suelen llevar un barnizado o placado exterior. Para ello se usan productos resistentes al agua, lo que significa que son artificiales y tóxicos. 

A todo ello se suma el factor económico. Mientras que un féretro de madera puede costar hasta 10.000 euros, uno elaborado con materiales reciclados está en torno a los 2.000 euros. Pese a ello, apenas se eligen para un 20% de los entierros.

Féretro

Incineración, un tercio de los sepelios

Ante el problema acuciante de espacio en los cementerios se puso en práctica la cremación, un método funerario que empezó a cobrar relevancia en los 60. Fue entonces cuando la doctrina católica le dio el visto bueno, y a día de hoy suponen en España un tercio de los sepelios. 

Es una opción que se supone más higiénica y salubre. Sin embargo, no es tan respetuosa con el medioambiente como muchos piensan. Sobre todo porque su impacto está condicionado en más del 50% por el consumo de gas, aunque siempre depende de la tecnología que use el horno. Una buena eficiencia energética puede disminuir su impacto en un 34%. 

Por otro lado, las incineraciones emiten a la atmósfera óxidos de carbono, dioxinas y otros agentes contaminantes. Igualmente, por cada cuerpo incinerado se desprenden 27 kilos de CO2. Y en Reino Unido, por ejemplo, suponen el 16% de la contaminación por mercurio en el aire. 

Además, las cenizas contienen dibenzodioxinas, dibenzofuranos, otros compuestos orgánicos, diversos complejos químicos, metales pesados e incluso microrganismos patógenos (virus, bacterias). Con frecuencia contienen cantidades variables de titanio, cromo, manganeso, hierro, bario, cobre, zinc, estroncio, estaño y plomo. Adicionalmente, si se lanzan en algún entorno natural como es tan habitual, se contaminará esa zona con las sales que desprenden. 

En definitiva, existen pocas prácticas tan respetuosas con el planeta como deberían ser. La buena noticia es que las empresas van introduciendo en su actividad medidas para reducir los GEI y los materiales más contaminantes en un funeral. Al mismo tiempo, cada vez surgen más alternativas a los productos que dejen detrás de sí un gran impacto ambiental, como féretros de madera o urnas biodegradables.

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